Mi Misión

Soy Milo, ese terrier trotamundos y aventurero que no se cansa de olisquear nuevos horizontes. Mi saga comienza con un adiós prematuro al amparo materno, aún sin cumplir los tres meses, marcándome como el lobezno de mi camada con desafíos propios.

Mi vida tomó un giro inesperado cuando mi camino se cruzó con mi compañero humano en tierras alemanas. Lo que no imaginaba era que esa amistad me llevaría a cruzar fronteras, hasta aterrizar bajo el sol de España. 

Nuestra historia es de mutua admiración; un pacto de lealtad tan fuerte como el vínculo de dos almas que se encuentran de nuevo. Juntos, emprendimos un viaje por la geografía española, sumergidos en proyectos tan diversos como los caminos que recorrimos.

Pero si hay algo que hacía latir mi corazón con fuerza era el juego de la búsqueda y rescate. Afilar mi olfato para ser los ojos de aquellos en apuros fue mi más grande hazaña. Y no solo eso, sino que me convertí en un guardian de la glucosa, alertando a los humanos antes de que el azúcar les jugara una mala pasada.

En el ocaso de mis días, me dediqué a saborear la naturaleza y mis chapuzones favoritos. Porque, para aquellos que no lo saben, el agua y yo siempre hemos sido inseparables, tanto que Alejandro solía decir que tenía más de delfín que de perro.

¡Así que aquí me tienes, listo para sumergirnos en un mar de recuerdos y nadar juntos en esta historia de vida! 

 

Mi Legado

Aquí Milo, narrando mi último gran viaje. Las últimas semanas, el ajetreo de mi cola se ralentizó y Alejandro, mi fiel compinche humano, me llevó a consultar con el sabio veterinario. El veredicto fue duro: algo acechaba en mis vértebras, y mis días de correr iban a tomar una pausa. Fue un golpe, sí, pero de muerte, nada.

Eso creíamos... hasta que la verdad mostró sus colmillos. El cáncer estaba al acecho, y las valquirias ya afinaban sus alas para llevarme al festín eterno con Odín.

Mi última noche en este mundo, cada cinco minutos, un ladrido escapaba entre mis dientes, un canto de dolor hasta que, a las seis de la mañana, las valquirias me susurraron que era hora de partir. Me despedí con un último aliento, en el regazo de Alejandro.

De esa despedida nació una promesa: luchar para que ningún animalito más tenga que partir en dolor por errores humanos.

Ahora, unidos, Alejandro y yo honramos esa promesa, empeñados en transformar este mundo con cada acción, cada recuerdo, cada innovación. ¡Vamos allá!